viernes, 12 de agosto de 2011

La Asunción de la Virgen María

Extractado de la homilía de S. S. Benedicto XVI en la fiesta de la Asunción, 2005

La fiesta de la Asunción es un día de alegría. Dios ha vencido. El amor ha vencido. Ha vencido la vida. Se ha puesto de manifiesto que el amor es más fuerte que la muerte, que Dios tiene la verdadera fuerza, y su fuerza es bondad y amor.

María fue elevada al cielo en cuerpo y alma. En Dios también hay lugar para el cuerpo. El cielo ya no es para nosotros una esfera muy lejana y desconocida. En el cielo tenemos una madre. Y la Madre de Dios, la Madre del Hijo de Dios, es nuestra madre. Él mismo lo dijo. La hizo madre nuestra cuando dijo al discípulo y a todos nosotros: “He aquí a tu madre”. En el cielo tenemos una madre. El cielo está abierto; el cielo tiene un corazón.

Antes se pensaba y se creía que, apartando a Dios y siendo nosotros autónomos, siguiendo nuestras ideas, nuestra voluntad, llegaríamos a ser realmente libres, para poder hacer lo que nos apetezca sin tener que obedecer a nadie. Pero cuando Dios desaparece, el hombre no llega a ser más grande; al contrario, pierde la dignidad divina, pierde el esplendor de Dios en su rostro. Al final se convierte sólo en el producto de una evolución ciega, del que se puede usar y abusar. Eso es precisamente lo que ha confirmado la experiencia de nuestra época.

El hombre es grande, sólo si Dios es grande. Con María debemos comenzar a comprender que es así. No debemos alejarnos de Dios, sino hacer que Dios esté presente, hacer que Dios sea grande en nuestra vida; así también nosotros seremos divinos: tendremos todo el esplendor de la dignidad divina.

Apliquemos esto a nuestra vida. Es importante que Dios sea grande entre nosotros, en la vida pública y en la vida privada. En la vida pública, es importante que Dios esté presente, por ejemplo, mediante la cruz en los edificios públicos; que Dios esté presente en nuestra vida común, porque sólo si Dios está presente tenemos una orientación, un camino común; de lo contrario, los contrastes se hacen inconciliables, pues ya no se reconoce la dignidad común.

Engrandezcamos a Dios en la vida pública y en la vida privada. Eso significa hacer espacio a Dios cada día en nuestra vida, comenzando desde la mañana con la oración y luego dando tiempo a Dios, dando el domingo a Dios. No perdemos nuestro tiempo libre si se lo ofrecemos a Dios. Si Dios entra en nuestro tiempo, todo el tiempo se hace más grande, más amplio, más rico.

Una segunda reflexión. María vivía de la Palabra de Dios; estaba impregnada de la Palabra de Dios. Al estar inmersa en la Palabra de Dios, al tener tanta familiaridad con la Palabra de Dios, recibía también la luz interior de la sabiduría. Quien piensa con Dios, piensa bien; y quien habla con Dios, habla bien, tiene criterios de juicio válidos para todas las cosas del mundo, se hace sabio, prudente y, al mismo tiempo, bueno; también se hace fuerte y valiente, con la fuerza de Dios, que resiste al mal y promueve el bien en el mundo.
Así, María nos invita a conocer la Palabra de Dios, a amar la Palabra de Dios, a vivir con la Palabra de Dios, a pensar con la Palabra de Dios. Y podemos hacerlo de muy diversas maneras: leyendo la Sagrada Escritura, sobre todo participando en la liturgia, en la que a lo largo del año la santa Iglesia nos abre todo el libro de la Sagrada Escritura. Lo abre a nuestra vida y lo hace presente en nuestra vida.

María fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo. ¿Acaso así está alejada de nosotros? Al contrario. Precisamente al estar con Dios y en Dios, está muy cerca de cada uno de nosotros. Cuando estaba en la tierra, sólo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, que está cerca de nosotros, más aún, que está “dentro” de todos nosotros, María participa de esta cercanía de Dios.

Al estar en Dios y con Dios, María está cerca de cada uno de nosotros, conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oraciones, puede ayudarnos con su bondad materna. Nos ha sido dada como “madre” —así lo dijo el Señor— a la que podemos dirigirnos en cada momento. Ella nos escucha siempre, siempre está cerca de nosotros; y, siendo Madre del Hijo, participa del poder del Hijo, de su bondad. Podemos poner siempre toda nuestra vida en manos de esta Madre, que siempre está cerca de cada uno de nosotros.

La Virgen María y su travesía de fe

Dios llama a su servicio a una joven pura y sencilla

La Virgen María, que nació y vivió en Palestina en el siglo I a.C., oraba junto a los suyos esperando la venida del Mesías y el cumplimiento de las promesas de Dios. Sin duda había visto y oído a sus vecinos o conocidos cuando clamaban a Dios pidiendo ser liberados, no solo de la dura dominación romana, sino también de las divisiones y rivalidades que había en su propio pueblo.

Seguramente ella rezaba también por la restauración de Sión, la ciudad santa de Yahvé y lugar de reunión del pueblo escogido, y al escuchar la lectura de los libros sagrados de Israel debe haber sentido un profundo anhelo de presenciar la llegada del Mesías, sintiendo en su corazón una fe firme y una convicción clara de que Dios no abandonaría a su pueblo.
Sin embargo, la Escritura dice que cuando María vio al ángel Gabriel y escuchó sus palabras se turbó sobremanera. El ángel le anunció que ella concebiría milagrosamente y que “el niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios” (Lucas 1,35) y que este niño “salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1,21). Así pues, a pesar de toda la preparación que pudo haber tenido María, e incluso de su inmaculada pureza, pues estaba totalmente exenta de pecado, las palabras del ángel le causaron una gran turbación y fueron para ella un desafío inesperado: ¡El propio Dios todopoderoso la estaba invitando a participar en su plan de salvación de un modo tan maravilloso que era del todo inimaginable!

El sencillo razonamiento de María no le permitía asimilar claramente esta revelación, pero su gran fe y su inquebrantable amor a Dios le hicieron dar el sí. Y así fue que, junto al temor a lo desconocido, al rechazo casi seguro de los suyos, a la incertidumbre del futuro y a muchas otras interrogantes que deben haberle llenado la mente, la Virgen tuvo en el corazón la firme certeza de que podía confiar ciegamente en Dios. Y así, la humilde “sierva del Señor” decidió permanecer fiel a Dios. Cuando el ángel se fue, María inició una nueva etapa en su travesía de fe, una aventura que superaría con mucho todo lo que jamás pudo haberse imaginado.

Se preguntaba y guardaba en el corazón. Reflexionando sobre los varios viajes que María tuvo que hacer en su vida podemos apreciar cómo fue su travesía de fe. Después de la Anunciación, “María se fue de prisa a un pueblo de la región montañosa de Judea” (Lucas 1,39) a visitar a su parienta Isabel, que había concebido al heraldo del Mesías. Era un viaje de por lo menos tres días, de modo que tuvo tiempo de sobra para meditar y orar sobre lo que le había sucedido. Suponemos que debe haber repasado su encuentro con el ángel una y otra vez, mientras el Espíritu Santo le iba preparando el corazón para lo que ella debería realizar según el plan de Dios. Cuando llegó a la casa de Isabel, de su corazón profundamente ungido por el Espíritu Santo brotó el hermoso himno de alabanza y gratitud llamado Magnificat (1,47-55).

San Lucas dice que la Virgen meditaba en las cosas que había presenciado y las guardaba en su corazón, pero no como si tratara de sacar sus propias conclusiones de circunstancias confusas, sino más bien que, encontrándose envuelta en acontecimientos demasiado sublimes y maravillosos para su entendimiento humano, María rezaba sin cesar pidiéndole a Dios que le concediera comprensión espiritual. Incluso al pensar seriamente en lo que podría suceder, le suplicó al Señor con toda sencillez y honestidad que le explicara mejor quién sería este Mesías, concebido por la gracia del Espíritu Santo, que iba a ser su Hijo. Así pues, mientras Jesús se iba formando físicamente en el vientre de María, también iba creciendo en su corazón.

Preparación y prueba. Al aproximarse la fecha del alumbramiento, el Señor comenzó a preparar a María para la clase de recibimiento que el mundo le brindaría a su Hijo. Las razones por las cuales “no había alojamiento para ellos” en Belén (Lucas 2,7) pueden haber sido varias, pero San Lucas presenta esta circunstancia para prefigurar el rechazo que Jesús encontraría durante toda su vida terrena. El eterno Hijo de Dios iba a nacer en una pobreza absoluta y de una manera totalmente inadvertida para los ricos y poderosos.
Más tarde, cuando el Niño fue presentado en el templo, María tuvo un primer anticipo del dolor que ella misma sufriría por el rechazo que Jesús encontraría en su pueblo. El anciano Simeón —que desde hacía mucho tiempo ansiaba ver al Mesías prometido— profetizó que Jesús estaba destinado a ser “una señal que muchos rechazarán” y dirigiéndose a María le advirtió: “esto va a ser para ti como una espada que atraviese tu propia alma” (Lucas 2,34-35). La misión de Jesús estaría plagada de controversia, rechazo y dolor, y María —su primera discípula— participaría de lleno en los sufrimientos de Él. Desde el principio mismo de su vida como madre de Cristo, María enfrentó el misterio de la cruz. La redención que tanto había anhelado y por la que había orado con tanta fe y devoción no llegaría en forma apacible, sino a costa de muchos dolores y padecimientos, los propios de ella y los de su hijo.

Las señales del rechazo a Jesús aumentaron con el tiempo. Para escapar de la ira homicida de Herodes, María y José tuvieron que huir a Egipto con el Niño (Mateo 2,13-15), convirtiéndose así en refugiados, exiliados de su patria, que repetían de esa manera la travesía de los hijos de Israel que habían tenido que escapar de la ira del faraón. Al tener que huir, María veía un nuevo obstáculo que encarar, más difícil aún. Dios, que la había visitado con tanta bondad por medio del ángel, ahora ponía a prueba su fe invitándola a confi ar más en Él. Pero todo esto le servía a ella para crecer en la fortaleza que surge de la entrega humilde al Señor, la meditación en su Palabra y la oración.

Se ha cumplido el tiempo. En su Evangelio, San Juan enmarca el ministerio público de Jesús en dos sucesos en los que interviene María. Primero, el banquete de las bodas de Caná (Juan 2,1-11), en el cual pareciera que Jesús no desea realizar ningún milagro aún, pero el bondadoso corazón de su madre —su actitud de fe y confianza— lo mueve a comenzar su ministerio. La intercesión de la Virgen María demuestra que la fe de ella había crecido y madurado más que la de los apóstoles, que aún no habían pasado por pruebas semejantes. María persistió humildemente, esperando en oración que Dios le concediera el deseo de su corazón, señal maravillosa del Reino que llegaba.

En Caná, la acción de María dejó en evidencia que ella no solo se compadecía de la pareja de recién casados, cuyo banquete nupcial corría peligro, sino que había empezado a entender cuál era la misión de su Hijo y quería verlo trabajar cuanto antes. Años atrás, el ángel le había anunciado que Jesús heredaría el trono de David (Lucas 1,32-33) y ahora ella anhelaba que se cumpliera esa profecía. Por su parte, el Señor sabía que aún no había llegado su “hora” (de ser glorificado en la cruz), pero accedió a la petición de su madre y realizó un milagro que puso en evidencia el anhelo que llenaba el corazón de ambos: la llegada del eterno “banquete de bodas”. ¡Qué gran esperanza debe haber colmado el alma de María al ver esta señal, y cuánto habrá aprendido a confiar más completamente en su hijo!

María también estuvo presente en el Calvario, al final del ministerio de Jesús, donde experimentó el doloroso cumplimiento de la profecía de Simeón (Juan 19,25-27). Al observar la agonía de su Hijo, ¿le habrán parecido absurdas y vacías las promesas llenas de esperanza que le había dado el ángel? ¿Acaso Jesús no iba a ser “un gran hombre… Hijo del Dios altísimo… su reinado no tendrá fin”? (Lucas 1,32-33). Entonces, ¿qué sentido tenía todo esto para ella? “Y he aquí que, estando junto a la cruz, María es testigo, humanamente hablando, de un completo desmentido de estas palabras”; sin embargo, “¡cómo se abandona en Dios sin reservas!” (Juan Pablo II, Encíclica La Madre del Redentor, 18).

La travesía de fe de la Virgen María la llevó por sendas que jamás imaginó que podría transitar, pero con el paso de los años su fe se iba haciendo cada vez más fuerte. Así, a través de las pruebas y alegrías, veía cómo se iban haciendo realidad los planes de Dios, y ella cumplía sin reservas la parte que el Padre le había encomendado. Aunque sintió que el corazón se le destrozaba de angustia y dolor por la cruel y humillante muerte de su hijo, ella jamás renegó de Dios ni abandonó su llamamiento. Incluso al recibir el cuerpo de Jesús en su regazo, María sabía que así tenía que ser, y que la muerte de Jesús hacía realidad el milagro más grande de todos: la reconciliación de la humanidad con Dios. Finalmente llegaba el Reino que tanto había anhelado; solo tenía que esperar hasta el Domingo de la Resurrección para ver el cumplimiento de todas sus esperanzas, así como el cambio de sus dolores en nuevas dimensiones de paz.

El espejo de la fe. A pesar de que el papel que le tocó desempeñar a la Virgen María en el plan de Dios fue tan especial, ella siempre fue una creyente de gran sencillez y humildad. Desde su propia concepción, recibió la inmensa gracia de los méritos de la cruz de Cristo: ser libre de la esclavitud del pecado. Con todo, siempre tuvo que tomar decisiones muy terrenales y sintió emociones auténticamente humanas. Su triunfo fue un triunfo de fe; la misma fe que puede tener cada uno de nosotros.

El Señor nos invita a todos a iniciar una peregrinación de fe como la de María, porque desea que todos guardemos su Palabra en nuestro corazón, meditando con amor lo que Él nos dice en la Sagrada Escritura. La santísima Virgen María nos ha dado un hermoso ejemplo de lo que signifi ca obedecer a Dios; nos ha enseñado a escuchar la voz de Dios y recibir la guía del Espíritu. Quiera el Señor que repitamos siempre la oración de la Virgen de todo corazón: “Yo soy esclava del Señor; que Dios haga conmigo como me has dicho.”

Fuente: La-Palabra.com

jueves, 11 de agosto de 2011

Espíritu Santo, haz tu morada en mí


María y el Espíritu Santo
Por el Padre George T. Montague, SM


Cuando yo era muchacho, mi familia bien pudo haber dicho lo mismo que dijeron los discípulos que Pablo encontró en Éfeso: “Ni siquiera habíamos oído hablar del Espíritu Santo” (Hechos 19,2).

Afortunadamente, nuestra sequedad espiritual no fue completa del todo gracias a la acción de alguien que, sin que lo supiéramos, estaba dejando pasar al Espíritu Santo hacia nosotros. Era la Virgen María. De alguna manera, la vida de esta santa mujer nos permitió ver ciertas luces acerca de quién o qué es el Espíritu Santo.

Mi padre había regresado desde Lourdes, al fi nal de su servicio en la Primera Guerra Mundial, con una fuerte devoción a esta “Señora vestida de azul,” devoción que estaba fi rmemente arraigada en lo que le había sucedido a su primer hijo, Francisco, cuando éste tenía dos años de edad. En la casa de la hacienda de mis abuelos había una tetera de agua hirviendo sobre la cocina cuando el pequeño Francisco, en un momento de curiosidad y sin que nadie lo viera, extendió la mano y tumbó la tetera; el agua hirviendo le cayó sobre una de las piernas. Las quemaduras fueron tan graves que había que hacerle un injerto de piel.
La noche anterior a la operación, nuestra tía Margarita puso en la cama a Francisco, le roció un poco de agua de Lourdes sobre las llagas y le rezó con toda su fuerza y devoción a nuestra Señora de Lourdes para que intercediera por un milagro. A la mañana siguiente, la piel se había recuperado tanto que ya no fue necesario efectuar el trasplante. Esta milagrosa curación obviamente causó un efecto impresionante en toda la familia, especialmente en mi padre.


El Espíritu Santo es el que pone en acción la fe de sus hijos por medio de maravillas y señales, pero Él suele mantenerse en el trasfondo y actúa a través de instrumentos humanos. Después de Jesús, el instrumento favorito del Señor parece ser la Virgen María. ¿Y por qué no? Ella fue el vaso escogido para hacer realidad el milagro de los milagros: la concepción y el nacimiento virginal del Hijo de Dios. María, a quien se le suele llamar “la Esposa del Espíritu Santo”, personifica el “rostro femenino” de Dios.


María, nuestro modelo de respuesta. Incluso antes de concebir a Jesús, el Espíritu Santo inspiró a la Virgen a pronunciar en voz alta y en forma inequívoca su aceptación del misterio, y de esa manera vino a ser el modelo, el prototipo de la respuesta obediente al plan de salvación que Dios dispuso para todas las épocas. De hecho, esta respuesta obediente de María, más que el hecho de haber sido la madre de Jesús, es lo que se anuncia en los evangelios. Porque si bien la maternidad divina es única en su género, el responder a la Palabra de Dios es algo que todos debemos imitar; afortunadamente en esto tenemos la ayuda de María, que nos puede enseñar mucho. Ella fue doblemente bendecida por su aceptación, su fiat, primero por Isabel, que exclamó “¡Dichosa tú por haber creído que han de cumplirse las cosas que el Señor te ha dicho!” (Lucas 1,45), y luego, por una mujer de la multitud que a Cristo le dijo en alta voz “Dichosa la mujer que te dio a luz y te crió!”, a lo que Jesús replicó “¡Dichosos más bien quienes escuchan lo que Dios dice y le obedecen!” (Lucas 11,27-28).


De modo que el Espíritu Santo no solo produjo en María el insondable misterio de la Encarnación, sino también le dio el privilegio de ser la primera en responder y el modelo ideal de respuesta al plan que Dios estaba revelando. En otras palabras, ella, que recibió la Palabra de Dios en su seno, también recibió la Palabra de Dios en su corazón, y esto es algo que todos podemos aprender a recibir.


Los que temen que por acercarse a la Virgen María se puedan alejar de Jesús, no han entendido aún todo el fundamento trinitario de la fe cristiana. Mirar al Padre es ver al Hijo; mirar al Hijo es ver al Padre. Mirar al Espíritu Santo es ser introducido en el abrazo mutuo del Padre y el Hijo. La esencia de la Santísima Trinidad es la relación, es el ser que se constituye por la donación total y recíproca del uno al otro y las relaciones son también la esencia de lo que Dios hace en el tiempo y la historia. Mirar a los ojos de María es ver a Jesús, porque todo en ella está volcado hacia Jesús, y ¿quién mejor que la madre nos puede enseñar a amar a su Hijo?


La nube sin duda cubrió el santuario, pero la nube también se mueve y así lo hace el santuario. María se mueve igualmente con la nube. La Virgen, el mejor modelo de oyente, escuchó el mensaje completo, no solamente que ella sería la madre del Mesías (¿quién no se había sentido abrumada por semejante misión?), sino también que su prima Isabel llevaba seis meses de embarazo y eso significaba que necesitaba ayuda.
El Espíritu Santo no hizo de María solamente una estatua que esperara las peregrinaciones; no, la puso en acción para realizar un servicio y hacerlo sin demora, de prisa como nos dice Lucas (1,39), y de esa manera nos daba un destello de la misión que tendría el Niño que ella llevaba en el vientre, que vino a servir, no a ser servido (Marcos 10,45). Cuando María llegó a la casa de Isabel, la voz de su saludo puso en marcha dos sucesos: que el niño que Isabel llevaba en el vientre brincó de gozo, y que Isabel se llenó del Espíritu Santo (Lucas 1,41.44).


En efecto, el Espíritu Santo le hizo exclamar “Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres, y ha bendecido a tu hijo” (Lucas 1,42). De este modo, por medio de Isabel, el Espíritu Santo dio a las futuras generaciones las palabras con las cuales alabaríamos a María y a su Hijo. La Virgen respondió con su propio cántico de acción de gracias y alabanza, el Magnifi cat. Lucas no tiene que decirnos que fue el Espíritu Santo el que movió a María a hacerlo, porque ella ya estaba llena del Espíritu. Cuando hay una necesidad urgente, el Espíritu nos mueve a servir; pero también surge en el corazón de aquel que ha sido tocado por el Espíritu Santo una urgente necesidad de alabar a su Señor.


Esto fue lo que sucedió en Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió sobre el grupo de temerosos discípulos y los transformó en una comunidad que empezó a entonar una constante sinfonía de alabanzas (Hechos 2,1-11). Pero esto ya le había sucedido a la familia extendida de María en su Pentecostés doméstico. Si bien vemos que durante su ministerio público, Jesús era el único que actuaba con el poder del Espíritu Santo —los discípulos debían esperar (Lucas 24,49)— el Espíritu ya se había derramado sobre María, Isabel, Zacarías que profetizó cuando nació Juan Bautista, y Simeón cuando Jesús fue presentado en el templo.


Un Pentecostés doméstico. Aquí hay algo grande que todas las familias pueden comprender. Tras el derramamiento del Espíritu Santo en Pentecostés vino la poderosa predicación de Pedro y el crecimiento explosivo de la Iglesia, gracias al trabajo misionero de los apóstoles y de los primeros discípulos. Ahora bien, la mayoría de los padres y madres de hoy no están llamados a realizar este tipo de proclamación que vemos en los Hechos de los Apóstoles, pero sí tienen una llamada y un don: el de ser instrumentos de un Pentecostés doméstico, facilitar la visitación del Espíritu Santo en sus propias familias, primero y antes que nada en las relaciones y servicios sencillos que vemos en la familia extendida de María y José. El Espíritu Santo desea transformar nuestras familias en un reflejo terrenal de la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo, que es el vínculo divino del amor, puede hacer por nuestras familias aquello que ellas no pueden hacer solo con sus fuerzas humanas: traer el cielo a la tierra y al hogar.


Pero la Virgen María también está asociada con el Espíritu Santo en la vida constante de la Iglesia. Lucas pone énfasis especial al mencionar que María se reunió con el resto de los discípulos en el Aposento Alto, mientras hacían oración esperando la venida del Espíritu Santo (Hechos 1,14). Obviamente, ella, que ya había recibido al Espíritu Santo, sería la mejor maestra de cómo se ha de recibir al Paráclito que Jesús había prometido a sus discípulos. En el Evangelio según San Juan, Jesús promete enviarles “otro Defensor” (Juan 14,16-18). Cuando dice “volveré para estar con ustedes” lo más probable es que no se refería a que se les aparecería después de la resurrección, porque esos fueron eventos temporales antes de que Él regresara a su Padre. Jesús tiene que haberse referido a la venida del Espíritu Santo, que tomaría su lugar. El Paráclito sería el Defensor permanente por cuya acción los discípulos sabrían que no habían quedado huérfanos. Jesús había llamado a sus discípulos “hijitos míos” (Juan 13,33) cuando les anunció su inminente partida. Ahora el “otro Defensor” tomaría su lugar, no como un padre adoptivo, sino como otra dimensión en la cual Jesús mismo estaría con los suyos.


Pero el Espíritu Santo no es visible como lo era Jesús. ¿Cómo podía verse y palparse la acción del Defensor? Para encontrar una manera basta con leer Juan 19,25-27. Los estudiosos en general están de acuerdo en que el discípulo amado que acompañó al Señor al pie de la cruz lo hizo en representación de todos los discípulos que vendrían a ser hermanos de Cristo (Juan 20,17). Esto es así no solo porque tienen a Dios como Padre sino también porque tienen a María como madre. Lo que Jesús le dijo al discípulo amado también nos lo dice a todos los que creemos en Él: “Ahí tienes a tu madre” (Juan 19,27). Resulta razonable pensar, entonces, que la unión de María con el Espíritu Santo desde el momento de la concepción de Jesús ha continuado más allá de la muerte y la resurrección de Cristo: la maternidad de María, la madre de Jesús, se extiende a los discípulos, por lo cual María, la Madre de Dios, es también Madre de la Iglesia.


La palabra “paráclito” viene del griego y es la misma que se usa en Isaías (66,7-13), donde se traduce como “consolar”, cuando dice que Jerusalén consuela a sus hijos como una madre y por cuyo medio es Dios mismo quien los consuela: “Como una madre consuela a su hijo, así los consolaré yo a ustedes, y encontrarán el consuelo en Jerusalén.” Desde la perspectiva del Nuevo Testamento, la Iglesia es la Nueva Jerusalén, y también lo es la Virgen María, que es la Iglesia en su papel de madre. Visto así, la promesa puede considerarse cumplida en el Espíritu Santo, que consuela al pueblo de Dios a través del don de María, que es su madre.


Padre celestial, deseo profundamente experimentar un nuevo derramamiento del Espíritu Santo en mi vida. Sé que soy indigno, pero por tu amor, sé también que Tú quieres concederme el Espíritu Santo más de lo que yo mismo quiero recibirlo. Amado Jesús, tu madre estuvo presente en la cruz cuando Tú “entregaste el Espíritu”. ¡Que ella esté a mi lado ahora como mi madre, para enseñarme a recibir este Don de los dones! Amén.

Extractado del libro “Holy Spirit, Make Your Home in Me” por el padre George T. Montague, S.M.


Fuente: La-Palabra.com

La Hija predilecta de Israel

El papel de María en la historia de la salvación
Antes de que todo fuera creado e incluso antes de que comenzara el tiempo, Dios tenía un plan, un plan que comprendía todas las cosas y todas las personas que pensaba crear en la historia humana. Como lo declara la Escritura, Dios “en Cristo nos ha bendecido en los cielos con toda clase de bendiciones espirituales” (Efesios 1,3) y añade que “Dios nos escogió en Cristo desde antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos y sin defecto en su presencia. Por su amor, nos había destinado a ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, hacia el cual nos ordenó, según la determinación bondadosa de su voluntad” (1,4-5).


Este plan tan maravilloso —de que los humanos seríamos llenos de la vida divina y que llegaríamos a ser hijos e hijas amados de Dios— constituye la esencia misma de todo lo que Dios ha hecho. Es tan fundamental que ni siquiera nuestra caída en el pecado pudo destruirlo. Basta con pensar que: cada uno de nosotros ha sido llamado a cumplir un papel específi co en su Reino, y que la Virgen María, por la función tan esencial que Dios le asignó en su plan, constituye el ejemplo supremo de lo que puede suceder con nosotros si somos dóciles al Señor y aceptamos que su plan se cumpla en nuestra propia vida.


Desde el amanecer de la creación. Pensemos en la enorme importancia que debe haber tenido en el plan de Dios la fi gura de la madre de su Hijo. Ella estaba destinada a ser más que un mero vehículo a través del cual el Hijo de Dios entraría al mundo. Tanto por su corazón como por sus obras, ella fue seleccionada para resumir el anhelo que el pueblo de Israel había tenido por tantos siglos de ver cumplidas las promesas de Dios.


Ella estuvo destinada a dar a luz y educar a Aquel que venía a salvar a todo el pueblo de la esclavitud del pecado. Dios quiso que ella fuera el modelo para todos los cristianos a través de los siglos, demostrando con su ejemplo y su intercesión la forma en que todos los fi eles podemos llegar a la pureza de corazón y a la claridad de entendimiento que Dios quiere que tengamos.


Dios dispuso que el Mesías llegara al mundo a través de una hija de Israel, una que estuviera libre de la mancha del pecado original. El Señor quiso que la madre del Redentor fuera una mujer humilde, que no buscara la atención del mundo para sí misma, que fuera sencilla, que confi ara completamente en Dios y cumpliera con devoción la ley que Moisés había dado a sus antepasados en el monte Sinaí.
San Lucas hace en su evangelio una descripción especial de la función que le tocó cumplir a María, como fiel hija de Israel, situándola en una tradición de mujeres israelitas en la que figuran Sara, esposa de Abraham (Génesis 18,1-15; 21,1-7); la madre de Sansón (Jueces 13,2- 5.24), y Ana, madre del profeta Samuel (1 Samuel 1,1-2.9-20). Cada una de estas mujeres concibió milagrosamente y dio a luz a un hombre de Dios, cada uno de los cuales, por mérito propio, fue figura de Cristo.


San Mateo hace mención expresa de la profecía de Isaías de que una virgen (o “una joven”) concebiría y daría a luz a un hijo llamado “Emmanuel”, que significa “Dios con nosotros” (Isaías 7,14; Mateo 1,23). Al final del Nuevo Testamento, el libro del Apocalipsis habla de una mujer que experimenta dolores de parto y un dragón que amenaza a su hijo que está por nacer (Apocalipsis 12,1-9). Una vez nacido, el hijo es llevado al trono de Dios y la mujer huye al desierto. Muchos fieles a través de los siglos han entendido que esta mujer es también la Virgen María, la nueva Eva, cuyo Hijo triunfaría sobre la serpiente antigua, Satanás (v. Génesis 3,15-16). En todos estos pasajes de la Escritura, vemos una prefiguración de la obra que le tocó realizar a la Virgen María.


El tiempo del cumplimiento. Leyendo estos pasajes de la Sagrada Escritura comenzamos a comprender cuál fue la función que le correspondió desempeñar a María en la historia de Israel. Cuando el ángel Gabriel la invitó a participar en el plan de Dios de una manera tan inesperada, el anhelo que ella sentía por la llegada del Mesías la llevó a aceptar la invitación sin reservas. En su respuesta —“Yo soy esclava del Señor; que Dios haga conmigo como me has dicho” (Lucas 1,38)— María iniciaba una nueva era en los designios de Dios: finalmente llegaba la redención que el Señor había prometido. En el seno de María se estaba cumpliendo el anhelo supremo de su pueblo por la llegada del Mesías.


Incluso al pie de la cruz, María se encontró en una posición privilegiada. Sí, es cierto que una espada le atravesaba el corazón, tal como se lo había profetizado el anciano Simeón (Lucas 2,35), pero también ella percibía que estaba presenciando algo de importancia monumental. Todos los años de oración y apertura al Espíritu Santo le habían enseñado que la muerte de su amado hijo sería la fuente de vida para el mundo. Más que todos los que estaban presentes en el Calvario, María fue capaz de mirar más allá del dolor del momento inmediato y vislumbrar el gozo eterno que la Redención traería a la humanidad. Todo el pecado del ser humano estaba siendo borrado allí mismo, delante de sus ojos. El amor del Padre se estaba derramando con abundancia y de una manera nueva; la salvación había llegado y ella tenía el privilegio de presenciarla personalmente.


Madre de la Iglesia. Pero María no fue solo testigo presencial de la cruz; también estuvo junto a los apóstoles el día de Pentecostés. Allí, en el Aposento Alto, se estaba inaugurando la era de la Iglesia, la época fi nal antes del regreso de Cristo Jesús al mundo de los hombres. Durante todo el tiempo transcurrido desde entonces y hasta ahora, la Virgen María sigue cumpliendo los planes de Dios. En efecto, tal como lo hizo en Caná de Galilea, ella continúa intercediendo ante su Hijo. Además, como muestra de su preocupación por sus fi eles, ha venido a nuestro mundo físico a través de diversas apariciones, en las cuales trae mensajes a los hijos de Dios. Ya sea que nos hable de apartarnos del pecado y aceptar el amor y la salvación que Dios nos ofrece, los mensajes de la Virgen María parecen siempre concentrarse en la preparación del mundo para el regreso de Jesús al fi nal de los tiempos.
Santa Catalina y Santa Bernardita: La gracia del Señor


Cuando la Virgen María se le apareció a Santa Catalina Labouré en 1830, le habló de un mensaje doble de gracia y juicio: “Hija mía, los tiempos son muy malos; muchas calamidades vendrán a precipitarse sobre Francia. El trono será derrumbado. El mundo entero será trastornado por males de todo orden. Pero venid al pie de este altar. Aquí se derramarán las gracias sobre todas las personas, grandes y pequeñas, particularmente sobre aquellas que las pidan.”


Más tarde, recordando la visión que tuvo de la medalla milagrosa, Catalina comentó: “Me hacía así comprender lo correcto que es rezarle a la Santísima Virgen y cuán generosa es ella con las personas que le rezan; cuántas gracias concede a las personas que le ruegan, y qué alegría siente ella concediéndolas.” En efecto de la misma manera como dio instrucciones a los servidores en las bodas de Caná de hacer lo que su Hijo les dijera (Juan 2,5), ahora María conduce al pueblo de Dios a los pies de Jesús.


También podemos ver el deseo de la Virgen de llevar a sus fieles junto a Cristo en la historia de Santa Bernardita Soubirous en Francia. Desde la época en que María se apareció en Lourdes en 1858 hasta el presente, innumerables multitudes se han reunido en ese lugar para buscar el toque sanador de Dios. Miles de peregrinos cojos, ciegos y sordos han recibido allí su curación, y muchísimos otros han llegado a una profunda conversión y a una experiencia más profunda del amor de Dios.


Fátima: intercesión y arrepentimiento
Siendo la Hija de Israel que siempre está anhelando la venida del Mesías, María no solo ofrece sus plegarias por la conversión de la gente, sino que invita a los que son fieles a rezar con ella. En 1917, en medio de la Primera Guerra Mundial, la Virgen se apareció a la pequeña Lucía Abobora, de nueve años de edad, y sus dos pequeños primos en la localidad de Fátima, Portugal, para pedirles que oraran por los que estaban perdidos en el pecado. En una visión, la Virgen les mostró a los niños el dolor y la angustia de los que se encontraban en el infierno. Eran como “brasas en un horno ardiente sin tener jamás un instante de paz ni libertad.”


En su mensaje final, el 13 de octubre de 1917, María les dijo a los niños: “Es preciso que la gente se enmiende.” En todas sus apariciones a estos niños, María les pidió rezar por el mundo, para que mucha gente más pudiera salvarse del pecado arrepintiéndose y poniendo su fe en su Hijo.


Venga a nosotros tu reino. Ha habido diversos otros lugares en los cuales mucha gente asegura haber visto a la Virgen María; por ejemplo, en Walshingham, Inglaterra (1061); Islas Canarias, España (1392); Guadalupe, México (1531); Kazan, Rusia (1579); La Salette, Francia (1846); Zeitoun, Egipto (1968-1971) y Medjugorje, ex Yugoslavia, hoy Bosnia-Hercegovina (1981-presente). No todas las apariciones han sido aprobadas ofi cialmente por la Iglesia, pero los testimonios de las conversiones y sanaciones ocurridas en estos lugares son muy elocuentes.


Lo que sobresale en todos estos hechos extraordinarios es el deseo que expresa la Virgen María de que todas las personas se encuentren preparadas cuando regrese su Hijo Jesús en toda su gloria. Muchas veces se muestra ella con lágrimas en los ojos, profundamente acongojada por la grave condición de pecado que prevalece en el mundo, pero siempre llena de esperanza y alegría.
La Virgen Madre de Dios continúa invitando a cada uno de los discípulos de Jesús a seguir su ejemplo. Cuando ella declaró “Hágase en mí según tu palabra”, nos dejó un modelo que todos podemos imitar cada vez con mayor confi anza. La fuerza del Espíritu Santo en nosotros nos insta a anhelar el regreso de Jesús, tal como María oraba hace muchos siglos atrás pidiendo que viniera el Mesías Salvador a su pueblo.


Queridos hermanos, cada uno de nosotros ha sido llamado a la salvación desde el principio de la creación, porque cada uno es un hijo que Dios ama sobremanera. Con esperanza y confi anza, aceptemos nuestra llamada, mientras esperamos el Reino venidero y la manifestación plena del plan de Dios Padre para toda la creación.


Fuente: La-Palabra.com

lunes, 8 de agosto de 2011

Especial Jornada Mundial de la Juventud

FERNADO GIMÉNEZ BARRIOCANAL - Director financiero de la JMJ

«La JMJ ayudará a reducir el déficit público este año»

Afirma que a pesar de que «no hay dinero público en la financiación» de la visita del Papa, la JMJ será auditada por una empresa internacional

Fernando Giménez Barriocanal (Madrid, 1967) es gerente de la Conferencia Episcopal, presidente y consejero delegado de la Cadena Cope y desde hace un par de años también director financiero de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). Su trabajo dentro de la Iglesia se ha caracterizado siempre por la eficacia, la transparencia y la austeridad. Tres criterios que marcan ahora la organización de este encuentro, que se celebrará el próximo mes de agosto en Madrid y que contará con la presencia del Papa.
  • —A menos de un mes de la visita de Benedicto XVI, ¿se mantiene el presupuesto inicial de 50 millones de euros para organizar la JMJ?
  • —Aproximadamente. Nosotros pensamos que, sin contar lo que es la manutención de cada uno de los peregrinos, vamos a estar en torno a los 50 millones de euros de ingreso y de gasto.
  • —¿De dónde provienen los fondos?
  • —Tres de cada cuatro euros los aportan los propios peregrinos, por lo que no supone ningún coste para el contribuyente. El resto proviene de empresas y particulares, ya sea a través de patrocinios o de donativos que realiza la gente. Lo importante es que todo es dinero privado, no hay dinero público en la financiación de la JMJ.
  • —Si la mayor parte la aportan los peregrinos, ¿el número actual de inscritos garantiza ese porcentaje de financiación de la JMJ?
  • —Probablemente sí. A día de hoy podemos decir que cerca del 80% de los peregrinos ya han realizado las contribuciones, lo cual nos permite tener casi el 85% de la financiación necesaria para la realización del evento. Todavía resta un 15%, por lo que seguimos necesitando que la gente haga aportaciones, que haya donativos, más colaboración empresarial y que los peregrinos se sigan inscribiendo.
  • —La Iglesia ha recibido muchas críticas por el marco de grave crisis económica en la que se celebra la JMJ...
  • —Yo creo que los que opinan eso no se dan cuenta de que están tirando piedras contra su propio tejado. La JMJ es una enorme oportunidad desde el punto de vista económico. Hay que pensar que mucha gente viene de fuera y aporta ingresos. Hay que pensar que va haber miles de hosteleros de Madrid y alrededores que van a obtener importantes ingresos gracias a todos los que vienen a la JMJ. Lo que no hay en la JMJ son gastos suntuosos, ni despilfarros y sí una enorme transparencia en la gestión y el control de los recursos.
  • —¿Cómo son esos controles?
  • —En primer lugar, un presupuesto muy detallado de cantidades máximas por cada uno de los conceptos. Eso quiere decir que tenemos previsto hasta cuántas flores van en cada escenario y su presupuesto. Eso es muy importante. En segundo lugar, muchos de los grandes contratos han salido a concurso público y publicados en la web de la JMJ para que las empresas que querían participar lo pudieran hacer. En tercer lugar, en los contratos menores se ha acudido a los especialistas para pedirles presupuesto. También se han rechazado empresas que han podido estar vinculadas con algún tipo de operación que pudiéramos pensar que no estaban en consonancia con la JMJ. Intentamos hacerlo de la mejor manera posible, teniendo en cuenta que vamos a ser auditados por una firma internacional y que nos ha pedido que establezcamos estos controles.
  • —¿Es la primera vez que se va a auditar una JMJ?
  • —Sí. Por eso, tenemos toda la documentación a disposición para que quede muy claro que cada euro que se ha gastado la JMJ tiene justificación.
  • —En este contexto de crisis, ¿las empresas y los particulares se han volcado para ayudar a este evento?
  • —Creo que hay que ser realista, las empresas en general están en una situación difícil y eso provoca que no haya muchas alegrías en ese sentido, pero todo el mundo tiene una enorme sensibilidad y eso también hay que agradecerlo. También hay que agradecer el papel que ha hecho la Fundación Madrid Vivo. Por último, es encomiable la multitud de donativos pequeños que se reciben de personas anónimas.
  • —Algunos partidos políticos y sectores de la sociedad piensan el coste de la JMJ va a ser asumida por los contribuyentes o por el Estado ¿Cuál es concretamente la ayuda que se recibe del Estado y de las administraciones públicas?
  • —El Estado y las administraciones públicas contribuyen en garantizar el orden público como hacen en cualquier otro evento porque es un mandato constitucional. También nos ofrecen aquellas instalaciones y servicios que ya tiene el Estado, como los colegios y los polideportivos, pero entendiendo que todos aquellos consumos que se realicen con motivo de la JMJ son costeados por la organización de la JMJ. En tercer lugar, el evento ha sido declarado, junto a otros quince, de excepcional interés dentro la Ley de Presupuesto, lo cual implica que las empresas que anuncian y ponen el logo de la JMJ o donan dinero se pueden deducir una parte de sus impuestos. Para que nos hagamos una idea, la JMJ va a consumir aproximadamente el 8% de los recursos que va a perder el Estado por este motivo, mientras que el 92% restante corresponde a los demás eventos que han sido declarados de excepcional interés y de los cuales la gente no protesta. Lo importante es que la JMJ tendrá coste cero para el contribuyente.
  • —¿Y los beneficios?
  • —Gracias a la JMJ probablemente habrá menos déficit público este año porque los ingresos que se van a generar al Estado por recurso IVA, por ingresos turísticos, por impuesto sobre sociedades de las empresas, que van a facturar y que luego van a pagar impuestos, son inmensamente superiores a los beneficios fiscales que pueden estar en torno a los 15 y los 30 millones de euros, que es lo van a desgravar las empresas en el mejor de los casos. En cambio, los recursos por IVA, sociedades y demás que se van a generar pueden ser más del doble. Por tanto no va a tener coste para el contribuyente sino que gracias a la JMJ va a haber más ingresos para las administraciones públicas este año. Es un buen negocio para las administraciones públicas y para las empresas.
  • —Las JMJ de Sidney o Colonia ¿Siguieron este modelo de financiación?
  • —En este caso no hemos solicitado una subvención directa de las administraciones públicas porque hemos pensado que con todo lo que ponían a nuestra disposición era más que suficiente.
  • —Eso quiere decir que las subvención directa del Estado sí se ha utilizado para otras JMJ.
  • —Sí, sin duda. Nuestro modelo es mucho más austero y que de alguna manera hace recaer el coste de la JMJ sobre la sociedad civil.
  • —¿Hay que pagar para ver al Papa?
  • —Para ver al Papa no habido que pagar nunca ni va a haber que pagar en esta ocasión. Los actos de Cibeles y Recoletos son abiertos. Y en Cuatro Vientos hemos habilitado unas parcelas para que los inscritos —primando aquellos que vienen de países con menos recursos— estén lo más cerca posible del Papa. Pero también hemos habilitado grandes zonas para que cualquiera que quiera venir pueda hacerlo. Sería estupendo que contribuyeran porque todo cuesta dinero, pero todo el mundo que quiera ver al Papa será bienvenido. Es más, hay que animar a todos para que vengan y escuchen lo que el Papa nos quiere decir.
Fuente: LAURA DANIELLE para ABC