El don
de la Sabiduría hace amar a Dios con todo el corazón y con toda el
alma. No estamos hablando de la sabiduría del mundo, porque el verdadero sabio
no es el que sabe las cosas, aunque sean sobre Dios, sino el que las
experimenta, el que las vive. Para alcanzarla sólo basta con dejarse guiar por
Dios
(Salmo 111, 10).
Bendito Espíritu de Sabiduría, ayúdame a
buscar a Dios. Que sea el centro de mi vida, orientada hacia Él para que reine
en mi alma el amor y armonía.
La inteligencia, el don del Entendimiento, según la Escritura, adentra en el
misterio de Dios, mientras el hombre, por sí mismo, es incapaz de ello. Como
los de Emaús que, después de reconocer al Resucitado en la fracción del pan, se
decían uno al otro ¿no estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros
cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras? (Lucas 24, 32).
Bendito Espíritu de Entendimiento, ilumina mi
mente, para que yo conozca y ame las verdades de fe y las haga verdadera vida
de mi vida.
Existe otro don del Espíritu que es el don de Consejo. Nuestro mundo
vive un relativismo moral, de tal manera que muchos no saben discernir lo bueno
de lo malo, lo que hace crecer o lo que denigra. Todo cambia, nada hay seguro.
En medio de este panorama, se nos hace difícil descubrir lo que está bien o lo
que está mal y como el joven rico preguntamos al Señor “Maestro, ¿qué he de
hacer de bueno para conseguir la vida eterna? (Mateo 19, 16). El don de Consejo
permite ver el camino a seguir, la manera de discernirlo.
Bendito Espíritu de Consejo, ilumíname y
guíame en todos mis caminos, para que yo pueda siempre conocer y hacer tu santa
voluntad. Hazme prudente y audaz.
El don de la Fortaleza es muy
necesario para vivir coherentemente los valores del Reino. Se opone a la
violencia. Dios mismo es llamado en la escritura: “El Señor, el fuerte, el
valiente” (Salmo 24, 8). Es la fortaleza de cada día, no sólo en los momentos
críticos de dar la vida por Jesús, sino en los momentos cotidianos de la vida:
coherencia fe-vida; mantener valores como la honradez; soportar las pequeñas
persecuciones de la ridiculización o de la infravaloración de nuestro ser
creyentes. El Espíritu, por medio de este don, nos ayuda en la debilidad a
permanecer firmes en el seguimiento de Cristo.
Bendito Espíritu de Fortaleza, vigoriza mi
alma en tiempo de prueba y adversidad. Dame lealtad y confianza.
En la escritura, conocer a Dios y todas las
cosas en relación con él, se llama el don
de Ciencia. El ignorante es el que pone una criatura en el lugar del
Creador. Estaríamos hablando de idolatría (Romanos 1, 21-23). Gracias a este
don estamos capacitados para poner cada cosa en su sitio. A dios como
fundamento de todo lo creado y a sus criaturas en total dependencia de él. Es
reconocer por parte nuestra, que Dios es la fuente de Belleza, del amor y de la
Verdad.
Bendito Espíritu de Ciencia, ayúdame a
distinguir entre el bien y el mal. Enséñame a proceder con rectitud en la
presencia de Dios. Dame clara visión y decisión firme.
A través
del don de Piedad, nos movemos
hacia Dios, Padre bueno, misericordioso y providente, y de esta manera llenamos
nuestro vacío existencial. El hombre experimenta que nada de lo creado le
llena, se siente vacío se descubre necesitado de recurrir a Aquel que le da la
plenitud, a Dios, para obtener de él gracia, ayuda y perdón. Estaríamos
hablando del afecto filial, del afecto de hijos. San Pablo nos recuerda esta
filiación con nuestro Padre: “al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios
a su Hijo… para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois
hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que
clama: ¡Abba, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo…” (Gálatas 4,
4-7).
Bendito Espíritu de Piedad, toma posesión de
mi corazón; inclínalo a creer con sinceridad en Ti, a amarte santamente, Dios
mío, para que con toda mi alma pueda yo buscarte a ti, que eres mi Padre, el
mejor y más verdadero gozo.
Y por
último hablamos del Temor de Dios.
En la biblia, el temor no es nunca miedo. Es el respeto y el sentimiento de la
distancia que experimentamos en relación a Aquel que está infinitamente más
allá de nosotros. Nos presentamos ante Dios, conscientes de nuestras
debilidades, con “un corazón contrito y humillado” (salmo 51, 19), sabiendo que
debemos cuidar de nuestra salvación con “temor y temblor” (Filipenses 2, 12).
No hablamos de miedo, sino de responsabilidad.
Bendito
Espíritu de Temor de Dios, penetra lo
mas intimo de mi corazón para que yo pueda siempre recordar tu presencia. Hazme
huir del pecado y concédeme profundo respeto para con Dios y ante los demás,
creados a imagen de Dios.
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